Dicen muchas cosas sobre la infidelidad. Joaquín Sabina dijo
“Los hombres engañan más que las mujeres; las mujeres, mejor”. Pero yo creo que
este “fenómeno” que se remonta al principio de los tiempos va más allá que unas
cuantas frases y unos cuantos estereotipos que lo meten todo en el mismo saco.
La infidelidad es algo desesperado, casi siempre egoísta y desconsiderado. En realidad este tema
es tan variado y general que resulta muy complicado hablar de él. Lo cierto es
que a mí siempre me ha molestado mucho, siempre he mirado mal al infiel,
siempre he fruncido el ceño cuando veo algo así, sea donde sea. Porque la
infidelidad es algo despreciable en la mayoría de los casos. Es perder la
confianza de tu pareja, es dejar a tu pareja de lado para ir a retozar con otra
persona, es, en definitiva, una ruptura del amor y el cariño entre una pareja.
Y luego está el hecho de la otra parte, la que no sufre, la
que no ha sido engañada, la que, en la mayoría de los casos, no engaña, la que
disfruta. ¿Y si esa persona con la que alguien le es infiel a su pareja no sabe
nada sobre ese hecho, qué pasa si desconoce que está compartiendo “tiempo” con
alguien que ya tiene a otro alguien? Es algo rastrero por parte del infiel,
¿Pero qué más da? Ya está siéndolo al engañar a su pareja. Pero pongámonos en
otro caso ¿Y si la tercera persona conoce la verdad y aún así acepta seguir
adelante? Eso sí que sería algo horrible, malintencionado.
Después estaría la excusa de que la pareja no le satisface
en la cama, bien, entonces ¿Por qué no se lo cuentas directamente a ella?
Cuéntaselo, si no puedes seguir con él, no lo hagas. ¿Qué tienes que perder si
de todos modos ya no te gusta? ¿Es sólo para hacerle daño? Se le podría evitar
el sufrimiento a esa persona, porque podríamos poner una balanza para comprobar
cuál de las dos cosas haría más daño a la pareja engañada, y entonces y sólo
entonces, veríamos qué duele más, si descubrir que no te desean o enterarte de
que eres un segundo plato.